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domingo, 26 de febrero de 2012

Miedos, medios y violencia en la ciudad contemporánea. Tres perspectivas afines

           Hace poco hacer zapping de tv me llevo a curiosear lo que se planteaba en un programa de un canal ecuatoriano. El programa se llamaba Vida dura y relataba, en esa ocasión, el caso de un hombre que devino transexual (el primero con operación de sexo en el Perú).

Lo que me pareció curioso y me retuvo frente a la pantalla era conocer cuáles serían las explicaciones y los objetivos del reportaje. Pronto pude percatarme de que se trataba de una lección de “salvación” cristiana cargada de moralinas y escenas aterradoras que comenzaban con la explicación de que las malas actuaciones de una madre inconsciente produjeron aquel terrible “fenómeno” y avanzaban hacia la caída de quien narraba su historia en el transexualismo, las drogas y la prostitución (en esa misma secuencia).

Lo curioso es que Dios le devolvió el sexo original a quien testimoniaba de manera que, en la actualidad, es un hombre con esposa e hijos alejado ―gracias a Dios― del oscuro mundo del que alguna vez fue parte.

* * *

La formulación del miedo, según ha apuntado Rossana Reguillo, es de carácter circular, todo en su definición ronda en la emocionalidad; es justamente allí, a donde aquel programa de tv apuntaba.

Reguillo y Sarlo coinciden en sus apuntes sobre que, la ciudad moderna y los medios enfatizaron los miedos desde su aparición. Desde entonces hay una percepción de inseguridad que lo plaga todo en la ciudad contemporánea, lo cual obedece no solo a las contradicciones entre la ciudad ordenada y la ciudad habitada sino, también, a un diseño subyacente al que le sirve que los temores se incrementen para poder justificar la avanzada de los mecanismos de vigilancia y control sobre la población.

A estos requerimientos le funcionan, interesadamente, los medios masivos, que se ven favorecidos con el incremento del público que abandona (o ha sido expulsado de) sus espacios de construcción de civilidad (como los ha llamado Bauman).


El modelo de progreso, del que la ciudad perfecta es uno de sus más relevantes símbolos, no admite amenazas de atraso, por eso procura exiliar a todos los que representen algún tipo de “involución” como los pobres, los rurales o los indígenas, en conjunción con todos los elementos que alteren la conciencia de estructura lineal como la droga, el alcohol o el sexo.


En el primer caso la expulsión y el exterminio son los objetivos; en el segundo, se trata de una serie de factores ambivalentes que tienen cierto grado de funcionalidad para los ejercicios de poder.

Sobre la droga, Martín Hopenhayn apunta que es un fantasma que se levanta amenazador porque hay una falsa percepción que desvirtúa las cifras verdaderas; se trata más bien de sus resonancias simbólicas, dice el autor.[1]

Pero es que, como ha planteado Reguillo, el deseo (según la filosofía Cartesiana) participa en la construcción de los miedos, puesto que se trata de una lucha individual entre la voluntad y el apetito, en la que el temor se fundamenta en que la avidez de placer pueda finalmente ser la ganadora.

A este temor Hopenhayn lo identifica como la punta del iceberg: alcanzar la felicidad ofrecida por todos los medios estimulantes del consumo y, al mismo tiempo, religarse con necesidades primigenias vinculadas a la fiesta y el ritual a las que solo la droga parece suplir.

A este conflicto Hopenhayn lo ha llamado: síndrome de deshabilitación anímica; culto a la obtención inmediata de placer (en el que los medios publicitarios tienen mucha influencia); jóvenes que circulan por la gran ciudad huérfanos de relato y carentes de empleo; y merma o pérdida de rituales de comunión y de pasaje en una sociedad secularizada (2002, pp. 74- 75)


Los medios con una carga conservadora muy potente, de la que suelen participar los valores cristianos con bastante perseverancia, modelan buena parte de las percepciones fantasmales a las que se refieren Reguillo (con respecto a la percepción de inseguridad) y Hopenhayn (en relación con la punta del iceberg y el caballo de troya).

Producto de esta generación de miedos proliferante se desata la violencia.

Una de las formas es la apuntada por Beatriz Sarlo, quien ha señalado que hay una respuesta a la no funcionalidad de los aparatos y promesas de la modernidad que va desde lo mágico-religioso hasta soluciones armadas como suplentes de los aparatos formales o como producto de “la crisis de legitimidad de toda autoridad” (Sarlo: 2001, p. 60).

En el marco de lo cultural apunta Sarlo que, las nuevas formaciones en este ámbito están estrechamente vinculadas al espacio audiovisual, pues “ofertan a los sentidos lo que no pueden encontrar en otra parte o que no son aceptados ni creíbles si vienen de otra parte” (Sarlo: 2001, 61), y es desde allí desde donde se están dando las interpretaciones autorizadas.


De modo que esos miedos que “son individualmente experimentados, socialmente construidos y culturalmente compartidos” (Reguillo: 2002, p. 32) en la actualidad, tienen mucho que ver con lo que, sobre todo la televisión proyecte ante nuestros ojos.


El programa de tv descrito al inicio, responde a los vacíos de los que se aprovechan sectores como las sectas fundamentalistas que, semejante a la droga, se ubican en el lugar de las carencias más inmediatas. Habiendo ganado esa posición de confianza por parte del espectador, la emergencia de juicios se da sin ningún tipo de pudor.


Los medios masivos han tomado las esferas de la discusión pública y simulan el saber desde su recinto de espectáculo para alimentar la adicción por la violencia que se proyecta hacia lo real desde lo imaginario nutriéndose de los escurridizos miedos.

Albeley Rodríguez
Junio, 2009

Referencias

Garbay, Susy, “Migración, esclavitud y tráfico de personas” en Globalización, Migración y derechos humanos, Quito, Programa Andino de Derechos Humanos Editor  -UASB, 2004, pp. 262- 319.


Hopenhayn, Martín, “Droga y violencia: fantasmas de la nueva metrópoli latinoamericana” en Espacio urbano, comunicación y violencia, Pittsburg, Instituto internacional de literatura iberoamericana, 2002, pp. 69- 87.


Reguillo, Rossana, “Los miedos contemporáneos: sus laberintos, sus monstruos y sus conjuros” en Entre miedos y goces. Comunicación, vida pública y ciudadanías,  Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2006, pp. 25- 54


          Sarlo, Beatriz, Contrastes en la ciudad en Tiempo presente. Notas sobre el cambio de una cultura, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001, pp. 49- 91.



[1] Es alarmante saber que la condena para quien porta diez gramos de algún estupefaciente tiene una pena mucho más dura y mayor (16 años) que quien trafica con personas (máximo 10 años), como lo ha anotado Susy Garbay “frente al Estado es más grave traficar droga que traficar personas para prostituirlas o exportar migrantes de forma ilegal” (2004, p. 267).