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martes, 3 de junio de 2014

Amamantar como subversión e insurgencia

Por Albeley Rodríguez

            Todos somos terroristas fue una propuesta de la venezolana Argelia Bravo, realizada durante el VI Encuentro de Arte Corporal (2011). La artista convocó al público a hacerse partícipe de la acción llevada a cabo en uno de los dioramas del Museo de Ciencias de Caracas. En esta propuesta el público fue convidado a exponer sus posturas o inconformidades políticas a través de la composición de una autoimagen relativamente distanciada de la cotidiana, que evidenciara una afrenta «terrorista» ante aspectos distintos que oscilaron desde la violencia institucional, pasando por varias expresiones contra el patriarcado, la heteronormatividad, las farmacéuticas o la patologización psiquiátrica, entre otras muchas. El retrato fotográfico fue impreso y entregado a cada una de las personas convertidas en co-creadoras. Particularmente, lo que más valoro de esta acción es que desató un ambiente que aglutinaba lo lúdico y la creación con posicionamientos que devenían micropolíticos, teniendo consecuencias en las redes sociales, entre distintos colectivos interesados en lo planteado por cada acción-declaración y en la obra articulada posteriormente por Bravo[1]. El público afloró su «terrorista» al salir del círculo demarcado por la dominación y resaltar su más necesitado espacio de diversidad.
            Yo, quien por mi trabajo de curadora de arte conocía a la artista y sus planes, no quería faltar, y estuve allí temprano junto con mi pequeña ―que entonces tenía 1 año y unos meses. Quería sacar a la luz mi propia terrorista porque, desde que estaba embarazada y comencé a reflexionar e indagar sobre las condiciones adecuadas de desarrollo de la nueva vida en mi vientre, tuve la fortuna de conseguir otras madres investigadoras que se habían transformado en activistas de la imperativa modificación de varios aspectos de la formación humana (parto respetado, lactancia materna y prolongada, colecho y contacto corporal vs. coches, sillas para arrullar y otros productos «sustitutos» de la madre, crianza respetuosa, etc). En este contexto, comencé a comprender que el acto de amamantar tenía varios aspectos temibles para el violento sistema contemporáneo de control de los cuerpos y, por extensión, de la sociedad.
            Entre los diversos encuentros a los que asistí, fue reveladora la intervención de la Cooperativa Lactarte y sus conversatorios para desmontar los mitos erigidos en contra de la lactancia materna y a favor de las fórmulas mal llamadas «maternizadas»[2].
A través de esos intercambios y otras indagaciones, reforcé cada vez con mayor intensidad la idea de que el amamantamiento, además de la capacidad de alimentar e inmunizar a mi bebé, era un acto simbólico que evidenciaba la importancia de una práctica primordial de la soberanía alimentaria y de la autodeterminación de nuestros cuerpos, desde que nacemos y desde que participamos en la floración de una nueva vida.
El ama-mantamiento desafía la imposición moderna que ha hecho de éste un acto prohibido y anticuado, con la función ―nada ingenua― de favorecer las expectativas del mercado de poder entregarnos por entero a la ingesta de «no alimentos» que atentan pronto contra la salud y, lo que es lo mismo, contra la cultura del contacto cálido, placentero e imprescindible de madre y pequeñx. Un ejemplo visible para todxs es el hecho de que en la actualidad, grandes senos sean expuestos y ampliamente aceptados si se muestran en monumentales pancartas para la satisfacción de las demandas patriarcales, pero son rechazados si se ofrecen en público para dar ternura en estado lácteo, en ese caso hasta la denigración y la expulsión han parecido válidas.
Pensé desde entonces en que, cada vez que amamantaba, hacía una especie de rebelde manifestación erótica contra la lógica del marketing homogeneizante y enajenante, entendiendo las expresiones de amor maternal como un acto profundamente político y subversivo.
Quizá pensar y asumir el amamantamiento implique también meditar acerca de un uso del tiempo que cuestiona las dinámicas de sobrexplotación del trabajo de la mujer y el cercenamiento de la diversidad de maneras de vivir, operado por las formas modernas de esclavitud, para aproximarse a posibilidades de trabajo de características heterogéneas pero, sobre todo, donde el transcurrir del día se vincule más al ritmo de la tierra y al tempo de los vínculos interpersonales, que al de las exigencias de productividad empresarial. 
            Fue así, como aquel día ya impreciso en mi memoria del mes de septiembre de 2011 en el Museo de Ciencias, cuando la artista Argelia Bravo me ofreció los elementos disponibles para sacar la terrorista que llevo dentro, no dudé en colocarme una capucha, tomar un racimo de plátanos y disfrutar de la importante compañía de mi pequeña tomando en sus manitos y en su boca, su mejor alimento afectivo y efectivo, retomando el conocido programa iconográfico de la virgen de la leche, pero despojado adrede de la dominante santidad cristiana.
            La autodeterminación de nuestros cuerpos pasa por empoderarnos de una comprensión propia y ampliada de la maternidad, así como por liberarnos de los dictámenes religiosos, médicos y jurídicos que ―desde el esquema heteropatriarcal― vienen decidiendo por nosotras y nuestra descendencia, mutilando posibilidades diversas y alternas de ser madre, de ser humanxs.
            Creo que asumir los afectos más allá de los modelos industrializados, plantarnos insumisas ante las dicotomías de género, así como abiertas al descubrimiento de prácticas ancestrales que han sido ocultadas a conveniencia del patrón hegemónico moderno-occidental-patriarcal-capitalista, son opciones que, lejos de pretender instaurarse como en un nuevo canon de enjuiciamiento de las diferencias, intentan develar campos de elección.
            En este sentido, el grupo Polvo de Gallina Negra y artistas como Mónica Mayer, Maris Bustamante (antes parte del grupo nombrado) o María Llopis, entre varias más, han venido aportando potentes dispositivos de subversión de los imaginarios sociales y las prácticas de la maternidad que vulneran algunas de las muchas normatividades pendientes por ser reconfiguradas o despachadas de nuestra existencia.
            Es posible que conocer, discutir y difundir estas propuestas pueda significar un paso inmenso hacia el destierro de una larga, dolorosa y absurda cadena de opresiones y, más aún, la apertura de senderos con expectativas de relaciones sociales menos mecanicistas y más plenas de experimentación libertaria.  
10 de mayo de 2014
Para ser publicado en el número de la Revista Hysteria dedicado a las maternidades subversivas.



[1] En 2012 la artista presentó una exposición individual en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas titulada Aula 7. Escuela de cuadros y pepas. En esta exhibición mostró una selección de 18 de las numerosas fotografías resultantes de aquella convocatoria. En esa ocasión decidió llamar la serie Galería de terroristas, teniendo una conmovida respuesta de gran parte de los espectadores.
[2] Aquellas que la publicidad pretende vendernos instalando la idea de que es posible imitar los componentes de lo que las madres proporcionamos a nuestrxs hijxs al ofrecerles nuestro pecho.

martes, 7 de agosto de 2012

Diego Barboza. La Impronta Creadora de la Acción


Me interesa mucho el sentido de las celebraciones populares, porque
pienso que nuestra sociedad antes de la colonia era una sociedad de
acción. Caza, pesca, poblaciones nómadas, todas las acciones ocurrían.
Esto me da la idea de que el rito y la celebración están muy cerca de una
manera de ser. Yo sustituyo el arte tradicional por un hecho. Escogí la
calle en vez de la tela.

 

Diego Barboza



Diego Barboza (estado Zulia, 1945-Caracas,2003) fue un artista que legó aportes fudamentales dentro de los procesos que modificaron el rumbo de los lenguajes del arte venezolano desde los inicios de los años setenta.



Mientras vivió en Londres (desde 1968) desarrolló las «expresiones de calle» a las que luego, a partir de 1980, decidió replantear y ampliar con las que llamó «acciones poéticas»[1] que eran, según la concepción del artista, manifestaciones artísticas con un sentido comunal de la participación pública, distanciando así sus propuestas, intencionalmente, de la idea del público espectador de sus coetáneas internacionales de performances y happenings.[2]



Habría que destacar que en toda su propuesta, como una especie de leitmotiv, se sostuvo el énfasis en las acciones de la vida cotidiana ligadas al juego y a la fiesta.



Es interesante observar, dentro de los procesos de este artista, la importancia que le dio a los registros de sus eventos, a los que no con­sideró mero documento testimonial sino, quizá más importante para él, un espacio fértil para intervenciones creadoras que se resignifi­carían sobre el nuevo soporte. Así pues, foto-grafías y fotocopias, pero también otros medios,eran el sustento para colorear de distintas maneras, hacer collages, e incluso, proyectar nuevas ideas.



Un registro particular, que puede dar paso a varias reflexiones, es la serie Sin pies, custodiada por el Museo de Arte Contemporáneo (Caracas) desde la donación hecha por el propio artista en 1995. Esta serie constituyó el trabajo de grado presentado por Barboza en el Centro de Enseñanza Gráfica (CEGRA)[3] en la especial­ización de serigrafía. El origen de las imágenes es una secuencia de acciones dirigidas por Barboza, ejecutadas por el artista Luis Villamizar y fotografiadas por Doris Spencer de Barboza. La acción es la de un personaje que, frente a la cámara, se presenta desnudo pero, poco a poco, se coloca nuevas prendas hasta llegar al momento final, en el que aparece completamente vestido.



De manera que, la serie Sin pies es una suerte de transducción[4] serigráfica que deja a la vista, simultáneamente, distintos procesos y transformaciones: el de la realización de una acción simple y cotidiana como es la de vestirse, efectuada en el taller del artista, la de la secuencia fotográfica en la que devino aquella acción y el de las capas propias de estas técnicas gráficas a las que sutilmente alude la acción de vestirse.



Además de la serie Sin pies, el MAC también conserva bajo su custodia otra valiosa pieza del archivo de acciones de Diego Barboza: La caja del cachicamo, realizada en 1974. Esta acción se desarrolló en varios «espacios de concentración ciudadana»[5] (en el Parque del Este, el Centro Histórico de Yaracuy y en una plaza de Caricuao) y se apoyó en la tradición simbólica popular venezolana con sus dinámi­cas con objetos que se transforman en ele-mentos de motivación espontánea, celebratoria y colectiva. En La caja del cachicamo se inci­taba al público a participar a través de un baile realizado por dos personas que eran portado­ras de dos largas tiras de color rojo salientes de los extremos opuestos de una misma «caja»; sobre las tiras se podía leer en letras blancas la palabra «cachicamo» mientras el movimiento dejaba escuchar los cascabeles que tenían cosidos. Fue en esta acción en la que Barboza pudo desplegar el espíritu festivo con una intensidad superior a la alcanzada en las acciones de Londres.



Tanto la serie Sin pies, como La caja del cachi­camo son propuestas de registro que, con sus características particulares y diferenciadas entre ellas, permiten apreciar los criterios del artista con respecto a la documentación de sus acciones como un espacio susceptible de improntas afectivas y creadoras pero, al mismo tiempo, dan paso a la puesta en valor de la noción transgresora del arte de acción de Barboza puesto que, para este artista, el transcurso del tiempo y las relaciones humanas con su entorno, el desorden y la cotidianidad traspasaron el concepto limitado de acciones meramente corporales para vulnerar la pureza de los medios y el romanticismo del artista individual, manteniendo un carácter contestatario con respecto al campo del arte y al con­texto social.



Albeley Rodríguez, Caracas, febrero de 2012





Lista de obras presentes en la exposición

Diego Barboza. La Impronta Creadora de la Acción

Sala 5, Museo de Arte Contemporáneo, Caracas, 2012



Serie Sin pies

Sin pies

1983

Serigrafía 12/ 15

71 x 56



Sin pies

1983

Serigrafía 9/ 11

71 x 56



Sin pies

1983

Serigrafía 5/ 15

71 x 56



Sin pies

1983

Serigrafía 8/ 15

71 x 56



Sin pies

1983

Serigrafía 15/ 15

71 x 56



Registro de La caja del Cachicamo

La caja del Cachicamo

S/ f (acción realizada en Parque del Este, Caracas, en 1974)

Collage de masonite, impresión fotográfica creyón, óleo, espejo.

157 x 106, 2 cm



Proyección

G2 Grupo Creativo

Video documental

Una vida entre redes

2003

27 minutos.







[1] En la conmemoración del décimo aniversario de su primera «expresión» 30 muchachas con redes, Barboza manifestó: «He decidido darle nombre a lo que hago. Lo llamo desde hoy “Poema de acción”. Estoy convencido de que lo mío no es arte conceptual, sino un poema que queda en el aire, como una celebración» en María Josefa Pérez, «Cumpleaños de “El Cachicamo”», El Nacional, 18-05-1980, Caracas, p. E-10.

[2] Félix Suazo, plegable de la exposición Otro coincidente, El Anexo ArteContemporáneo, octubre-diciembre 2010.

[3] La exposición se llevó a cabo en la sede del CEGRA, Caracas, del 17 al 31 de julio. Un comentario crítico de María Elena Ramos publicado en el Papel Literario (p. 8) de El Nacional (Caracas, 14-8-1983) titulado «Dibujo antes y después» hace un planteamiento interpretativo de esta propuesta: «Diego Barboza hace un seguimiento conceptual y fotográfico a Luis Villamizar, arte corporal que termina convertido en serigrafía. Su expe-riencia con el fotoscreen nos ofrece tramas de puntos, colores primarios y sus complementarios, en la idea de un cuerpo secuencia que se va transformando». Citado en: Katherine Chacón, «Cronología comentada», Catálogo Diego Barboza. El festín de la nostalgia 1955-2000, p. 80.

[4] Transducción es un término proveniente de las ciencias biológicas que explica el proceso por el que una célula convierte un determinado estímulo exterior en una respuesta diferente. Este término ha sido adoptado por la teoría literaria para advertir procesos de transmisión dinámica (intertex-tualidad, hipertextualidad, parodia, interdiscursividad, readaptaciones, recepción crítica, etc.) de un objeto que, por el hecho mismo de ser transmi-tido, es también transformado como consecuencia de la interacción con el medio a través del cual se manifiesta. Entendemos cada momento y medio usado en el proceso de la serie Sin pies, como un texto particular que llega a ser otro en su momento de tránsito hacia otro medio, incluyendo el espacio de la recepción.

[5] Elsa Flores, Convergencias, Caracas, Monte Ávila Editores, 1983, p. 89