domingo, 26 de febrero de 2012

Sobre el placer


           Se dice que el placer es una sensación o sentimiento agradable manifestado en la satisfacción de algún tipo de necesidad.
Pero el placer, además de esa afirmación, implica la noción de que esa satisfacción ocurre indivisiblemente en el cuerpo y en el alma, psique o como queramos llamar a ese espectro que el cristianismo separó para hacerlo una de las partes excluyente de la otra.

Pero el cuerpo-alma es, así articulado, productor y vía de placer.

El mito de Eros y Psique expresa bellamente esta indivisibilidad, pues son esos dos personajes de la mitología griega los padres de Placer (Hedoné en griego). En síntesis vertiginosa diremos que ese relato habla de la unión entre la hija del rey de Anatolia, Psique (mortal), y el hijo de Venus (diosa chipriota) Eros (divino). He aquí nuestra versión comprimida para efectos de nuestra reflexión:

De Psique se comentaba generalizadamente que era tan bella que era como una nueva Venus, por lo que la madre de Eros enfureció pidiéndole a su hijo que aislara a Psique y la casara con el ser más horrible que pudiera encontrar.

No contó Venus con que su hijo quedaría embelesado con la belleza de Psique en la primera impresión y que, de inmediato, negociaría con el padre de aquella joven para poder desposarla.

Colocó Eros como condición el no ser visto por ella. Él la acompañaría todas las noches y consumarían su matrimonio en dulce himeneo, pero ella nunca debía voltear a verlo. Sin embargo, motivada por la insistente cizaña de las hermanas, Psique decidió una noche esperar a que su esposo se durmiera para iluminarlo y ver si se trataba de un monstruo como suponían sus hermanas. Al colocar la lámpara sobre el cuerpo dormido de su amor quedó tan impresionada por la hermosura divina de Eros que movió bruscamente la lámpara haciendo que una gota de aceite cayera sobre el hombro de su amado, lo que lo despertó y enfureció. Eros partió y la pareja se separó con una condena que pareció insalvable.

Sin embargo, después, tanto el propio Eros como Psique, cada uno por su lado, buscaron ayuda logrando, bajo ciertas condiciones que su unión se restituyera. Tanto Zeus como Venus tuvieron parte en las pruebas y acciones para aquella restitución.

A Psique le tocó pasar por cuatro pruebas colocadas por Venus pero que fueron superadas, en parte, por la ayuda de Zeus. La cuarta prueba era la más difícil, pues Psique debía descender al inframundo para conseguir que Perséfone (esposa de Hades) le concediera llenar un ánfora con esa belleza inframundana y regresar sin ceder a la tentación de destaparla pero no resistió y quiso colocarse un poco y en último castigo los dioses le impusieron existencia  incorpórea. Antes de todos los sucesos ya Psique estaba embarazada y poco tiempo después la pareja de alma (Psique) y amor corporal (Eros), ya unida, concibió a una de las tres gracias de carácter tan divino como el de ellos: placer (Hedoné).

La historia tiene muchos más detalles para escudriñar pero ahora nos interesa recalcar el hecho de que el placer es un complejo compuesto del alma en juego con el cuerpo pero mediado por la imaginación, los deseos, las fantasías. En conjunto, erotizan las experiencias y estallan en satisfacción divina.


Pero si insistimos sobre el placer erótico, éste tiene cualidades en las que el solo cuerpo nos es insuficiente. En palabras de Bataille se entiende así: “El erotismo [humano] difiere de la sexualidad animal precisamente porque moviliza la vida interior”[1].

La imaginación, la reflexión, el pensamiento, no están desligadas de la sensación corpórea

del placer, sino que la integran y hacen más plena, más cercana a lo sagrado. Aquello que tiene una veladura y se desea alcanzar está preñado de placer.

***
Hay en filosofía varias corrientes defensoras del placer como axis de la vida: Entre ellas, antiguamente, la escuela cirenaica (cuarto y tercer siglos A.C.) y el epicureísmo. Dos corrientes del llamado hedonismo. La primera se negaba a la postergación de las gratificaciones corpóreas a las que colocaba por encima de las mentales (una división precristiana del cuerpo y el alma). La segunda, en cambio, proponía la obtención del placer en la vida simple, moderada y atenta a las satisfacciones que no sacrificaran el bienestar posterior, es decir que no estaba de acuerdo con el placer puramente momentáneo.


Pero hay una filósofa latinoamericana que nos interesa, Graciela Hierro, pues ha propuesto una ética del placer que consiste en una actualización del epicureísmo y que defiende la idea de que, para hacer que el mundo sea mejor, hay que luchar por la realización del placer para todos en igualdad de condiciones y sin absurdas separaciones dicotómicas como se ha hecho  desde la cultura occidental entre cuerpo y pensamiento y entre lo público y lo privado. Esto es, el placer también tiene una dimensión política que debe entrar en una  discusión de la que nadie debería quedar excluido.


La oportunidad de sentir placer en sentido equitativo y según las diversidades posibles en el mundo debería poder resolverse desde la ética del placer propuesta por Hierro, antes que a través de la lógica de la muerte que desata las guerras cargadas de la incomprensión de la diferencia y de la avaricia por el poder.
Por otro lado, esa ética del placer permite recordar dos ejemplos de cuerpos a los que se les ha negado el placer: las mujeres han sido marcadas por la limitación de su derecho al placer, en la subordinación a la idea de que sus cuerpos son tan sólo para la mera procreación (el ser sólo para otro), y por otro lado también, los cuerpos transgénero a los que les es negado no sólo el placer sino toda su existencia.
En la fotografía: Yhajaira
                                                                  Fotografía: Gustavo Marcano
                                                          Concepto: Argelia Bravo
                                                                            Pasarelas Libertadoras, 2007- 2009


Entender que hay otros modos de relacionarse con las diversidades (y todos formamos parte de alguna), buscar la salida de las normatividades que coaccionan nuestros cuerpos en función de hegemonías que requieren del control y uso de nuestros cuerpos y, defender la posibilidad de que más seres humanos puedan vivir desde el placer (que no desde la muerte), puede llegar a ser una de las más poderosas vías para el proceso de humanización para que nuestro mundo pudiera girar en un mejor sentido.  

Albeley Rodríguez, marzo de 2009



[1] Georges Bataille, El erotismo, Barcelona (Esp.), Tusquets Editores, 1997, p. 33

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